miércoles, 22 de julio de 2009

Ha sido un mago

Mi pequeña aportación a la segunda edición del concurso Teseo, quedó mejor situado que el Minotauro pero bueno, podía haber ido bastante mejor si me hubiera molestado en repasar el redactado.
La idea, si más no, creo que es bastante original. Parte de cierto episodio de los Simpsons en el que surge el tema que cuando no sepas explicar algo es que "ha sido un mago", y punto. Esa frase la hemos utilizado dentro de diferentes escenarios, partidas de rol, etc... para resolver preguntas para las que no se había planteado una respuesta. Ante cualquier duda: "Ha sido un mago". Y con esta idea, se me ocurrió explicar el fenómeno de Roswell bajo esta premisa, ¿y si hubiera sido un mago?

Ha sido un mago

Balerian cayó de bruces y se golpeó contra el suelo, escupió arena y polvo y dedicó una rápida mirada a inspeccionar el terreno. Un feroz martilleo en la sien le impedía concentrarse. Mientras intentaba controlar las náuseas, recordó el motivo por el que odiaba los portales. Se obligó a incorporarse. ¿Dónde estoy? No, ahora no tengo tiempo para preocuparme por eso. Se había lanzado de cabeza sin pensárselo dos veces, no sabía dónde se había abierto la puerta pero él también la había cruzado y no podía andar muy lejos. No había terminado de levantarse cuando un gigantesco puño de acero le golpeó con furia y lo arrojó a un par de metros de distancia.
— Te encontré. —masculló el hechicero, no sin cierta ración de ironía. Balerian escupió sangre y sonrió ampliamente mostrando su dentadura teñida de rojo. La enorme armadura de rutilante metal que lo acababa de golpear se abalanzó sobre él sin darle la más mínima oportunidad de recuperarse. Balerian esquivó el puñetazo y agarró el guante de acero bruñido con ambas manos.
— ¡Ya eres mío! —exclamó triunfal. El hechicero notó como el río de magia que corría por su interior se hacía cada vez mayor transmitiéndose al enorme golem que comenzó a resplandecer. La armadura luchó por deshacerse de su presa pero Balerian no se lo permitió. Cuando por fin liberó a su oponente ya era demasiado tarde. El gigantesco ser metálico brillaba intermitente mientras cientos de extrañas runas se dibujaban en su superficie. Una mueca de sorpresa y desesperación se vislumbró en el rostro de la criatura cuando comprendió lo que iba a pasar.


El cuervo sobrevoló varias veces el enorme cráter antes de decidirse a descender. Había llegado atraído por una explosión que había iluminado el cielo. Una figura de vistosos ropajes se movía entre los restos de metal que yacían esparcidos en todas las direcciones.
— Has armado una buena —graznó el cuervo, Balerian miró de reojo a su familiar pero no le hizo mucho caso, estaba buscando entre los escombros—, la gente de por aquí andan como locos.
— ¿Y dónde es aquí? —preguntó Balerian mientras levantaba una pesada pieza de la armadura, bajo ella se ocultaba el cadáver semicalcinado de un hombrecillo verde con una expresión de horror grabada en el semblante. — Los gnomos y sus malditos trastos. —dijo para sí.
— Roswell-Nuevo-Méjico —dijo el pájaro respondiendo a su pregunta—, la gente de aquí es rara, no sé qué pensarán que ha pasado.
— Déjales que crean lo que quieran —dijo el hechicero encogiéndose de hombros— siempre pueden decir que ha sido un mago.

miércoles, 1 de julio de 2009

Amanda

Otro pequeño ejercicio de escritura automática. Un pequeño desastre. Si entras por primera vez visita el resto de la página, te prometo que encontrarás cosas mejores.

Amanda

Gotas de lluvia resbalaban por el cristal. A fuera, ya era de noche. La luces desfiguradas reflejadas por los charcos, el humo de las calefacciones y el sonido lejano del tráfico conferían un aire tétrico al callejón. Un gato maullaba entre los contenedores de basuras, disputando la cena con una rata.
Josh no apartaba la vista de la ventana pero sus pensamientos volaban mucho más lejos de la noche tormentosa en un hotel de mala muerte. Recordaba otros tiempos: el sol en el cielo, la brisa en la cara, las olas del mar. Una lágrima furtiva se perdió mejilla abajo mientras acariciaba el frío cañón de una pistola.
— ¡Mujeres! —había dicho su padre tiempo atrás—. No puedes vivir con ellas y no puedes vivir sin ellas.
¡Cuánta sabiduría contenida en una simple frase! ¿Acaso había una forma mejor de definir su situación? No había podido vivir con ella y ahora sentía que moría. En realidad, ya estaba muerto, la pistola era un simple trámite.
[i]All you need is love[/i], insistía la radio en la habitación de al lado. Josh no pudo evitar sonreír al escucharla. El destino tenía un macabro sentido del humor.
— El amor no es suficiente —dijo Josh a su reflejo en el cristal—, nada es suficiente si lo quieres todo.

Y Amanda lo quería todo. Cuando la conoció, su belleza eclipsó la luz del sol. Era hermosa y lo sabía, pero necesitaba que el mundo lo supiera. Y él tan sólo quería que fuera feliz. Le construyó la casa de sus sueños al lado el mar, cubrió su cuerpo escultural con vestidos de diseños y le concedió hasta el más pequeño de sus caprichos, joyas, coches... Todo era poco para Amanda. Y ella le quería. ¡Oh, sí! De eso no cabía duda, le amaba y le deseaba pero no más de lo que se amaba y se deseaba a sí misma. Pronto empezó a pedir imposibles y Josh removió cielo y tierra para conseguirlos.
Un día, pidió una estrella del cielo. Josh tardó, pero regresó con un pequeño colgante engarzado en plata que brillaba como el lucero del alba. Venus no volvió a salir ni al amanecer ni al atardecer. Amanda se lo agradeció con una noche de sexo y pasión desbordados como nunca había vivido. ¿Qué importaba una maldita estrella a cambio de aquello? Si le hubiera pedido el sol el mundo hubiera vivido en tinieblas pero él sería feliz.
No le pidió el sol, pero no tardó en pedirle que detuviera el tiempo para ella. Así nunca envejecería, siempre sería la hermosa joven que le colmaba de atenciones y calmaba su hambre cada noche. Pero Josh sólo tenía un alma que vender y la suya estaba hipotecada. Pero Amanda fruncía el ceño y empezó a mostrarse arisca con él y más amable con los otros de su clase, estudiando sus posibilidades, acechando a quién le pudiera conceder su siguiente deseo. Josh no podía permitirlo, la necesitaba demasiado, las noches sin ella se convertían en húmedas pesadillas de deseo y frustración. Si no le quedaba alma tendría que conseguir otra.
Robó la de un niño, un carterista, las almas infantiles eran muy valoradas. Conseguiría un buen trato por ella. Y el cadáver de un mendigo causaría más pena que revuelo.
Y volvió a casa, con Amanda, y le dijo que sí, que haría lo que ella quería, pararía su tiempo, nunca más volvería a envejecer. Ella estaba radiante de felicidad, y lo demostró a su manera, como siempre hacía. Las noches de abstinencia habían avivado el deseo de Josh que arrancó su ropa de cuajo sin importarle el dinero que había costado y la penetró allí mismo, sin llegar al dormitorio, sin quitarse los pantalones, sin importarle siquiera la presencia de la doncella que miraba sin saber qué hacer.
— ¡Hazlo! —gritó ella en el momento álgido— ¡Dámelo todo! ¡Para el tiempo para mí!

Mucho ha llovido desde entonces. Josh se separó de la ventana sin dejar de acariciar la pistola. Se acercó a la cama. Estaba ocupada por una figura inmóvil que le esperaba en una curiosa postura. Allí estaba Amanda, su Amanda. Parecía disfrutar, tenía los ojos cerrados y la boca abierta con la sombra del orgasmo permanentemente dibujada en su rostro. Nunca envejecería, nunca moriría, el tiempo no trascurriría para ella, sería siempre joven, siempre hermosa y siempre suya. Una preciosa muñeca inalterable para toda la eternidad. Era lo que ella deseaba. Josh la besó y acarició sus pechos, sin dejar de llorar. Se le pasó por la cabeza hacer el amor una última vez, estaba en una posición perfecta para ello pero ya lo había hecho con anterioridad y sólo había encontrado frialdad, le faltaba su fuego, la pasión. era como una de esas muñequitas de Sex Shop. Tenía su cuerpo pero ya no era su Amanda. La había perdido, hasta que el tiempo dejara de existir y él no podía esperar más.

A fuera, era noche cerrada, había dejado de llover. La luces desfiguradas reflejadas por los charcos, el humo de las calefacciones y el sonido lejano del tráfico conferían un aire tétrico al callejón. Un gato maullaba entre los contenedores de basuras, disputando la cena con una rata, salió corriendo cuando escuchó el sonido de un disparo.